Absolutismo y pensamiento grupal
Nada puede ser tan
nocivo socialmente como una corrupción con respaldo mayoritario.
Por: REDACCIÓN EL TIEMPO
07
de noviembre 2015 , 08:50 p. m.
La indiscutible propensión hacia la corrupción de la autoridad y la
tendencia a la obnubilación ante la realidad de los grupos demasiado aglutinados
son hechos reconocidos por sociólogos y psicólogos. Ambos sesgos han sido
estudiados por el mundo académico. El problema de cualquier sociedad empeora
cuando los dos fenómenos se conjugan en un mismo escenario.
Hablemos primero
del absolutismo. Como ningún gobernante aceptaría que su comportamiento fuera
analizado por científicos, los psicólogos sociales Joris Lammers y Adam
Galinsky, entre otros, han acudido a estudios con voluntarios que han sido
‘cebados’ como poderosos, esto es, condicionados a la posesión de autoridad
artificial categórica durante los experimentos.
Las técnicas de
condicionamiento incluyen, entre muchas, la repetición vigorosa de frases como
“yo soy el jefe aquí” o la recordación de circunstancias pasadas en las cuales
los participantes tuvieron mando tajante. En ‘Insight II’, un taller de
motivación al cual este columnista asistió años atrás, los facilitadores
utilizaban como música de fondo para estimular la sensación de autoridad el
triunfador tema ‘Voy a volar ahora’ (‘Gonna Fly Now’) de la película ‘Rocky’.
Cuando sonaba ‘Gonna Fly Now’ los asistentes nos sentíamos, debo confesarlo,
‘empoderados’ para la ejecución inmediata de las actuaciones asignadas.
En uno de los
‘juegos’ de los doctores Lammers y Galinsky, los participantes calificaron el
comportamiento propio o el de terceros con base en una escala ética de uno
(totalmente inmoral) a nueve (completamente aceptable). Los resultados de la
prueba mostraron no solo influencia negativa del poder en la conducta ética sino
que los dueños de la autoridad, además de hacer más trampas, tienden a juzgar a
los otros con una vara moral más estricta que aquella con la cual ellos se
miden.
Los débiles –los
‘descondicionados’–, en contraposición, engañaron menos y utilizaron métricas
similares tanto para juzgarse ellos mismos como para calificar a los poderosos.
Según el doctor Galinsky, el poder inclina a quienes lo tienen al rompimiento o
interpretación libre de las reglas vigentes como, por ejemplo, manipulando
evidencias para adaptarlas a sus propósitos.
El segundo daño
alrededor del liderazgo excesivo proviene del mal llamado ‘pensamiento grupal’
(‘groupthink’, en inglés), un vicio social, así su denominación suene positiva.
El pensamiento grupal es una manera anómala de actuar en la cual los miembros
de un conjunto, buscando mantener unanimidad, tienden a cerrar sus ojos ante
realidades inobjetables y a ignorar caminos razonables de acción. Los grupos
cohesivos de apoyo que siempre aparecen alrededor de los poderosos –los devotos
de la causa, los fieles servidores del líder, los beneficiarios del sistema
autocrático– son especialmente proclives a este comportamiento.
En los años
setenta, el psicólogo norteamericano Irving Janis documentó detalladamente las
causas y los síntomas del pensamiento grupal. Entre las causas están la
homogeneidad del grupo (política, social, religiosa…), el aislamiento
espontáneo o provocado de fuentes externas de información y, el tema de esta
nota, el liderazgo autoritario de quien ejerce el mando. Los síntomas incluyen
la creencia ciega en la moralidad del grupo, la descalificación indiscriminada
de quienes no pertenecen a él, la presión para ‘enderezar’ a los desleales y la
censura a las ideas que se desvían del consenso.
El estudio
científico detallado de los perjuicios del pensamiento grupal está restringido
por las dificultades implícitas en la medición de factores subjetivos. No
obstante, el impacto perjudicial del pensamiento grupal es evidente y los
ejemplos abundan. Dos fiascos contemporáneos sobresalientes, originados en el
pensamiento grupal, son la invasión norteamericana a Irak sin pruebas
contundentes que la justificaran y la concentración de la investigación de la
física moderna durante las últimas tres décadas en la denominada Teoría de las Cuerdas,
un campo con futuro cuestionable.
Es, pues, evidente
que un dirigente fuerte y un séquito incondicional ocasionan daños mayores a
cualquier sociedad o grupo. Los dueños del poder que manipulen hábilmente a sus
dirigidos para ganar su lealtad, para ‘agruparlos’ diría el doctor Janis,
resultan funestos en cualesquiera circunstancias. Nada puede ser tan nocivo
socialmente como una corrupción con respaldo mayoritario.
Por esta razón, las
reelecciones de gobernantes autoritarios con elevado capital electoral, sea
este legítimo o negociado, son tan inconvenientes
como riesgosas.
Tales reelecciones, de moda en la Latinoamérica del siglo XXI –unas de
personas, otras de dinastías– están ya mostrando sus consecuencias lamentables
en esta región.
GUSTAVO ESTRADA
Autor de ‘Hacia el Buda desde el occidente’
http://www.harmonypresent.com/Armonia-interior
No hay comentarios:
Publicar un comentario